Contra 24 de agosto l Fundació Mascort con Ramón Mascort i Amigó

Torroella de Montgrí, Casa Galibern, Fundación Mascort

Es una noche de un agosto más caluroso que de costumbre, ni siquiera el atardecer nos trae el fresco que anhelamos pero en el patio de la casa Galibern se respira un aire que aligera de calores, fatigas y desdichas, somos huéspedes de privilegio y, por unas horas, olvidamos cualquier cosa que no sea placentera. Ramón Mascort i Amigó nos recibe en la casa de sus antepasados, hoy convertida en sede de la Fundación Mascort destinada, tal como nuestro anfitrión se encarga de subrayar, al conocimiento de la historia, la comprensión del arte y la defensa de la naturaleza.

La casa fue mandada construir por su bisabuelo, un indiano que emigró al corazón del Brasil, en el centro de la villa de Torroella de Montgrí para su esposa Manuela, originaria de las islas Madeira, de quien se dice que poseía tal encanto y dulzura que los gorriones solían acudir a comer de su mano, y así debió de ser si es cierto que las casas reflejan el alma de quien las habita pues ésta es elegante, discreta y acogedora.
A partir de esa bisabuela portuguesa, Ramón Mascort hace un elogio del feminismo, empezando por la mujer campesina, a quien define como sostén de la economía del hogar, amparo de propios y ajenos, mediadora en lides familiares y de toda índole y moderadora de ímpetus masculinos poco razonables. Agradece a su madre los desvelos pasados y homenajea a las madres en general, a su esposa en particular y a todas las mujeres nos atribuye la virtud de saber combinar la creatividad con un realismo salvador de riesgos innecesarios. Dice de las mujeres que su atractivo no radica tanto en el hecho de ser bellas sino en el de ser interesantes.

Confortadas por el regalo de sabernos más atractivas por interesantes que por bellas, escuchamos como el narrador se define “niño de la guerra” asustado y recluido y como concluye que aquel tiempo de horror le hizo pacifista. Refugiado en casa de la abuela materna, en Barcelona, de nuevo el sector femenino refleja el lado positivo de la vida.
En aquella niñez carente de compañía infantil se forjó también su extrema afición a la lectura, su tendencia a dar rienda suelta a la imaginación y su afición al coleccionismo; en ausencia de juegos propios de criatura, guardaba como pequeños tesoros las cajas de fósforos o las chapas del “auxilio social”.  Más tarde fue a las Escuelas Pías de Sarriá y después cursó leyes en  la universidad y ejerció de abogado pero jamás abandonó la pasión por lo bello que le ha llevado a coleccionar todo tipo de objetos maravillosos, desde un pequeño brasero para calentar los dedos del escribano hasta un trozo de tapiz del siglo xv encargado por Juan II, rey de Cataluña y Aragón, pasando por cerámicas tallas, mobiliario... cada uno con su biografía, su sentido y su lugar en el mundo, algunos de ellos expuestos en la casa Galibern. 

Como tampoco abandonó nunca, nuestro anfitrión, el afán antibélico que le ha impulsado a querer conocer la historia y a amar la naturaleza, hasta culminar esa enorme sed de conocer y apreciar el arte y la humanidad con la creación de una fundación, desde cuya sede escuchamos sus palabras arropadas por el aire ampurdanés en un patio que es a la vez pulmón de una casa y de un pequeño universo.

Gracias a Ramon y Carmen Mascort por una acogida tan generosa, interesante y cálida,
TNG         
Mariona Masferrer i Ordis